Sobre la hospitalidad
Ante las repeticiones institucionales circulares, los internos crónicos, son los verdaderos tributarios de la ‘hospitalidad’. Son ellos, los internos crónicos, que están perpetuamente allí iniciando en la hospitalidad y tendiendo un lazo de amistad a los recién llegados, o a los que repiten sus internaciones. Son ellos, los internos crónicos, que, como el preso gitano del que Derrida comenta en su vivencia, están allí para iniciar y tender lazos de amistad y hospitalarios con el resto de los actuantes en un hospital, o con la pluralidad de trabajadores y profesionales entre los que me encuentro. Son ellos, los internos crónicos, los que soportan la experiencia de hospitalidad para el resto de sujetos que se repiten en un hospital.
Los internos crónicos, como
ningunos, son los primeros en tender un lazo de amistad y hospitalidad a
cualquier profesional o trabajador que se acerque, un psicólogo, un médico, un
enfermero, un trabajador social, un terapeuta ocupacional, un funcionario.
Ellos ya nos ven venir y ya los ven venir, ya saben a qué venimos y a qué
vienen. Conocen el hospital mejor que nadie desde décadas, y sin embargo nos
ofrecen repetitivamente su saludo, su amabilidad y su amistad. Vaya pues este
bello fragmento del documental en homenaje a los internos crónicos. Fragmento
del documental “Por otra parte” de Jaques Derrida:
“Hice la experiencia de lo que hubiera podido ser
de cierta manera lo contrario de la hospitalidad por parte del país y la
policía que me detuvieron, por parte de los guardianes de la cárcel que no
dejaban de pegarme. El contrario de la hospitalidad. Y sin embargo, en la
cárcel misma, a pesar del poco tiempo que pasé allí, tuve dos veces la
experiencia de la hospitalidad, que en el recuerdo permanece muy preciada, muy
querida. Arrojaron a la celda otro prisionero, un gitano húngaro con quién
inmediatamente anudé lazos de amistad intensa durante algunas horas y él me
inició en una cantidad de cosas proponiéndome limpiar las paredes y hacer un
montón de tareas que los guardianes nos ordenaban hacer. Durante las horas que
pasé con ese hombre en prisión establecí lazos de amistad y de hospitalidad tales
que, en esa pequeña celda, este hombre que conocía la prisión mejor que yo, me
recibió allí. Comencé a soñar que esa prisión me sería hospitalaria. Y luego a
pensar una vez más, de la violencia y el sufrimiento, porque era de todas
formas extremadamente cruel en ese momento. Había algo en mi que, lo dije en
alguna parte, ya no sé dónde, algo en mí que repetía esa escena, que vivía eso
como una repetición. Como si yo la hubiera deseado, como si yo la hubiera
anticipado, como si yo me dejara acoger por algo que en el fondo ya había
tenido lugar y que yo recomenzaba. Y esta repetición era como una suerte de
deseo que se basa en la hospitalidad. Era recibido en algún lugar que ya estaba
preparado para mí. En el fondo, como si yo hubiera hecho todo para hacerme encarcelar.
Cuando uno reconstituye el encadenamiento que me condujo a la prisión, todo
ocurre como si yo hubiera hecho todo, cometido todas las imprudencias
necesarias para que me arrestaran y me metieran en prisión. Entonces hay allí,
una repetición en la que hay una mezcla de tortura, de sufrimiento, de las
cuales no me gustaba demasiado hablar, pero también de goce, de goce a raíz de
la repetición. Había alguien en mí que decía ‘está bien, sólo me ocurre a mi’.
En el fondo reconozco todo esto: yo reencuentro un cierto albergue psíquico,
una cierta espera. Eso es: yo esperaba eso, de alguna manera”.
Ps. Néstor Sosa