Ringo y Ali; arriba y abajo del ring

“Eres un gallina”. La mirada el Ali era de incredulidad, probablemente no esperaba encontrarse con alguien como Ringo, que le jugara de igual a igual en un terreno en el que Ali creía ser igual de invencible que en los cuadriláteros, el terreno de lo que más tarde se conocería como Trus Talk.  La rueda de prensa sigue, ambos púgiles siguen tirando munición gruesa con la lengua, se quedan en cuero se tiran golpes al aire, juegan a predecir en que momento y de qué forma van a terminarla pelea. Fogonean, hablan.

El 7 de diciembre de 1970 Oscar “Ringo” Bonavena y Muhammad Ali se verían las caras en el Madison Square Garden en una pelea histórica. Para los de éstas latitudes marcaba la posibilidad de que uno de los nuestros pasara a la historia ganándole al mejor boxeador del momento y a la postre uno de los mejores de la historia. Para el resto del mundo marcaba el retorno después de una suspensión de tres años por negarse a ir a la guerra de Vietnam, de un símbolo, no sólo del deporte, sino también de la lucha contra el racismo y la segregación.

El bocón lo mira de cercaEn una esquina el bocón de parque patricios, aquel que había sido adoptado por el club Huracán después de ser expulsado de San Lorenzo de Almagro por mear en la pileta de natación desde un trampolín. El que había mordido a un rival en la tetilla en un juego panamericano en Brasil lo que le valió una suspensión para pelear en nuestro país. El pibe de barrio que suspendido y todo se fue a probar suerte a Estados Unidos y que a base de boxeo y “chamuyo” se hizo de un nombre importante en norte del continente enfrentando a los numero uno del momento y poniendo en problemas a más de uno. El que había paralizado la 5ta Avenida en Nuevo york llevando un toro solo para mostrarle a Joe Frazier (a quien se lo apodaba el toro) como iba a golpearlo.

En la Otra esquina el nacido en Louisville, Kentucky bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay, pero que había decidido dejar atrás su nombre de esclavo (como él mismo afirmaba) para llamarse Muhammad Ali. El tipo que en 1964 había hecho lo que, para muchos, era imposible vencer a Sonny Liston y convertirse (hasta la llegada de Mike Tyson en 1986) en el campeón de peso pesado más joven de la historia. El campeón olímpico que había tirado su medalla dorada al río como símbolo del desprecio que sentía hacia una sociedad que por un lado lo idolatraba por sus logros deportivos, pero que por otro no le permitía comer en el mismo restaurante que los blancos. Ali era todo eso y más, idolatrado por los que como él sufrían la discriminación por el color de piel y aquellos que peleaban por la igualdad de derechos para blancos y negros, y temido y a la vez odiado por el establishment conservador.

Estos dos personajes tan parecidos en algunos aspectos se enfrentaron un 7 de diciembre de 1970 en la “catedral del boxeo” el Madison Square Garden. Ali necesitaba minutos sobre el ring “horas de vuelo”, su pelea de regreso frente a Jerry Quarry de hacía dos meses había sido demasiado corta como para poner a punto la máquina para enfrentar al campeón del mundo Joe Frazier.

La pelea comienza y Ali bailotea sobre sus pies, se balancea de un lado a otro fiel a su estilo. Bonavena intenta por todos le medios acortar la distancia, tiene menos alcance es más bajo y más lento, sabe bien que su pelea es en la corta distancia, pero también sabe que será difícil acercarse, no es el primero ni será el último en intentarlo.

La pelea transcurre por los carriles esperados Ali conecta más y mejor, Ringo se acerca cuando puede y saca manos boleadas que complican al ex campeón, pero no lo suficiente como para ponerlo en riesgo.

Llega el round 9, el round en el que Ali había predicho terminaría la pelea noqueando a ringo, pero la historia estará lejos de darle la razón. Sobre el minuto final del round el argentino conecta un par de izquierdas plenas en el mentón de su rival. Ali se tambalea, está sentido, se abraza, enreda la pelea trata de mantenerse en pie buscando la campana del final del asalto. Los segundos pasan y ringo no puede concretar el milagro, se choca con sus limitaciones técnicas y las virtudes de su rival. Finalmente, la campana suena y Ali consigue resistir y tambaleando un poco llega a su rincón.
La pelea sigue su curso, Ali va recuperando energías y ringo empieza a cansarse.

Es el último round, el 15, ringo sale con lo que le queda a terminar la pelea quiere el K.O., sabe, siente que por puntos no se la van a dar. Si quiere ganar tiene que ser contundente. Pelea esos últimos 3 minutos a todo o nada. Y se quedará con nada. En el apuro y con la ansiedad de buscar la mano salvadora descuida la defensa, va hacia adelante como un toro de rodeo y Ali lo encuentra con una izquierda corta pero demoledora. El argentino cae, se levanta como puede mientras el árbitro le cuenta 8. Ali, que no se había ido a la esquina como marca el reglamento se acerca y vuelve a sentarlo el plena   cara, ringo una vez más en el suelo. Se levanta por segunda vez sólo para encontrarse de lleno con par de manos de Ali que vuelven a tirarlo. Es el final de la pelea, el árbitro declara el K.O.

Como a toda buena historia a ésta le quedan un par de perlitas para el final.

Han pasado un par de minutos del final de la pelea en el centro del cuadrilátero Ali y Ringo se saludan se dan claras muestras de respeto, se abrazan y se alagan mutuamente mostrando que ambos entendían perfectamente que todo lo anterior era negocio, promoción, marketing. Las cámaras siguen al ganador, alguien acerca el tubo de un teléfono y Ali responde el llamado. Es Joe Frazier el actual campeón del mundo que llama para desafiar al ex campeón. La charla entre ambos es escuchada por los altoparlantes del estadio. La pelea entre Frazier y Ali queda pactada para el año siguiente y con Ringo de testigo.

Han pasado 49 años de aquella pelea y así se cierra el capítulo de una de las peleas más importantes de la historia de nuestro boxeo. A Muhammad Ali lo esperaban grandes batallas que figuran en las páginas de oro del boxeo. A Ringo le esperaban sólo algunas peleas de escasa relevancia y un final tan violento como misterioso. 

Por Bruno Leschinsky

Te puede interesar