La Salud no puede ser una guerra

Durante décadas se intentó reformular los conceptos de salud. Pretendemos sintetizar en, al menos, dos perspectivas heterogéneos movimientos y tensiones desde los que se intentó complejizar su definición: una versión se propuso pensar a la salud desde una perspectiva más integral, sumando a la organicidad bio-medica aspectos psicológicos, sociales, laborales, y más intentando que la salud no se defina simplemente por la ausencia de enfermedad detectable. Los movimientos más radicales apuntaron a cambiar el paradigma para pensar que solo se puede hablar de salud respecto de un ser social históricamente determinado por sus circunstancias y recursos. Hasta hace muy poco tiempo los discursos políticamente correctos en el ámbito de la Salud tenían que pasar por alguna de estas versiones de integralidad.


Vale recordar que la organización de la Salud Pública se gestó a partir de la atención requerida para los heridos de la Segunda Guerra mundial, con la misma verticalidad del ejército y como parte de la necesidad del frente de batalla. A ese hito histórico podemos agregar que la metodología positivista-experimental de la ciencia tiene en el descubrimiento de los gérmenes, virus y bacterias el mayor triunfo de la Modernidad. Por no decir, el único. El modelo infeccioso ha modelado mucho de nuestro imaginario respecto de las concepciones de salud: la persona se cuenta cuando está infectada, la recuperación de la salud consiste en quitar del organismo el agente patógeno para que recupere una perdida normalidad y la respuesta que consideramos ideal es la de un medicamento que resuelva la situación. Este modelo incorporó a la medicina terminología bélica: las “defensas” de nuestro sistema inmunológico luchan contra un “enemigo invisible” (microscópico, mejor dicho), el mejor “ataque” es una vacuna y los sistemas sanitarios son la “trinchera” en la que se desarrolla el “combate”.

Medicina de guerra. Lejos en el tiempo quedó el curar en un campo de batalla.
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La pandemia por coronavirus que estamos transitando, como una poderosa lupa a nivel global, nos ayuda a develar cómo y cuánto de la mentada transformación de las perspectivas en salud era solo cosmética superficial. El poder biomédico se reforzó centralizando todos los discursos, para “combatir” el virus se determinaron medidas de carácter social sin ninguna previsión ni estrategia de los efectos adversos que pudiera tener para la salud colectiva y de cada quien a otros niveles. Volvieron las prácticas de aislamiento, que en Salud Mental son desde hace décadas cuestionadas por sus efectos iatrogénicos, es decir, que producen enfermedad. La conducción manda y los demás especialistas proponen modos para cumplir con la cuarentena, como “paramédicos” o auxiliares de la medicina, rol que se suponía perimido por la constitución de equipos interdisciplinarios (aplausos para los “médicos” mediante cuando el sistema sanitario exige muchísimos trabajadores para cumplir su función). No se pudo debatir ni cuestionar, no porque racionalmente se pudiera impedir las medidas precoces y preventivas que tomó éticamente el gobierno argentino, sino porque las prácticas con que llevemos a cabo dichas medidas muestran claramente como pensamos la salud.

La otredad desconocida: el microorganismo, los chinos, los pobres, son enemigos y la salud de la población exige erradicarlos, eliminarlos. El traslado de esta concepción a la salud social inventó primero los manicomios y luego los campos de concentración. Tengamos cuidado con la instalación acrítica de terminología supuestamente idónea para la emergencia porque retorna desde nuestro pasado para renovar fuerzas.

Pasteur, cuando descubrió los microorganismos, hizo hincapié en el estado del huésped para explicar la infección. Y en nuestro país el mentado Dr. Carrillo describió a los virus como “pobres causas” frente a la miseria y la segregación social. La pandemia muestra que la sociedad ha gastado mucha energía, desgastando el medio ambiente y condenado a miles de seres humanos por la acumulación de riquezas. ¡No ha cambiado casi nada!

El modelo basado en la enfermedad pretende gastar poco dinero en momentos puntuales, mientras el modelo centrado en procurar la salud de la población implica invertir en condiciones ambientales, habitacionales, laborales, educativas para que como derecho humano todos estemos lo más próximos posibles a desarrollar el más completo grado de bienestar que nuestro mundo nos permita. La Salud como sistema sanitario general o como proceso singular de intercambio con el medio que nos rodea no puede ser una guerra, debe ser una práctica constante, un ejercicio de dignidad permanente, desarrollo de potencialidades de crecimiento y placer.

Por supuesto cumpliremos con la cuarentena como una medida de prevención, pero esperamos que la prevención motive las mayores inversiones en salud pública y universal cuando el covid-19 ya no nos de temor. Debemos aprender de una vez por todas que la salud es una sola, la de todos.



Mg. Marisa Mántaras