Cuando todo y nada no son contrarios
Hasta hace no mucho tiempo en la creencia popular mencionar
la posibilidad de ir al psicólogo era vergonzante, los especialistas psi “eran
para los locos” y su mera mención ya suponía el diagnóstico del consultante.
Hasta hace muy poco ir al médico clínico con una dolencia que se expresara en
el cuerpo pero no tuviera evidencia de lesión orgánica finalizaba
inequívocamente en una sentencia firme “usted no tiene nada” y fuera lo que
fuera que motivara la consulta si la medicina decía que no pertenecía a su territorio
el problema quedaba ahí, porque ningún buen galeno que se preciara de
científico derivaba al psicólogo, porque de hacerlo el paciente se ofendería y
a lo sumo se derivaba al psiquiatra, que había estudiado medicina y podía
recetar medicamentos.
Hace muchos años en el ámbito de la Salud Mental se viene
bregando por la “transformación”, intentando romper con los prejuicios de
peligrosidad a los que se asociaban los padecimientos subjetivos, aún hoy la
medicina tradicional los considera en buena parte incurables, así que el único
paliativo que se ofrece es un nutrido esquema farmacológico (no lo llamamos
tratamiento porque la ley de Salud Mental vigente especifica que una medicación
no alcanza ese rango técnico). Como ciudadanos del Siglo XXI podemos, quizás,
reconocer esta situación descripta como historia más o menos antigua; sin
embargo, cuando nos enteramos que a la almacenera del barrio le entraron a
robar con actitud desafiante y violenta las señoras reunidas en la verdulería
diagnosticamos sin duda que “estaban drogados”, y la solución que se nos ocurre
es encierro: en la cárcel, cada vez más pequeños; o en granjas alejadas de los
centros urbanos, único modo en que se nos ocurre se puede “combatir la droga” y
lograr la abstinencia total para el padeciente.
Nos inundan las dudas de que dos situaciones aparentemente
contrapuestas como las arriba descriptas logren representar la maraña de
creencias, prejuicios y teorías poco o nada científicas que han recorrido y aun
complejizan los modos de entender el sufrimiento mental. Como a pesar de los
avances tecnológicos no aparece lesión visible en ninguna tomografía computada
siguen “sin existencia” empírica para la ciencia positivista, lo cual refuerza_
por eso son solo contrapuestas en apariencia_ las ideas de que “genética” o
“espiritualmente” determinado es una sentencia “de por vida” de atención
psiquiátrica o _si, aun_ de internación indeterminada temporalmente (y no nos
referimos solo a establecimientos hospitalarios).
Suponiendo que ese punto se logró esbozar queremos llamar la
atención sobre un fenómeno mucho más reciente que se yuxtapone a este
heterogéneo universo. Llegaron creencias importadas del Oriente, antiguo y
sabio, donde la vejez era sinónimo de sabiduría y los cuerpos están recorridos
por líneas energéticas que se pueden destrabar con unas agujitas. Llegaron las
teorías New Age, se renovaron las medicinas naturales, “alternativas”. Aquellas
terapéuticas que los oncólogos prohibían, que luego aceptaron a regañadientes,
hoy disfrutan de un prestigio social sin precedentes porque quién se atrevería
a dudar de que al fin y al cabo “todo tiene sustrato emocional”.
Incluso los que hace muchos años trabajamos en los ámbitos
poco hospitalarios de la salud mental o conociendo de cerca cada una de esas
historias que muestran encerronas trágicas a las que los condenó la vida,
saludamos con cierto entusiasmo el hecho de que la gente pudiera pensar en las
marcas indelebles que la emoción, los sentimientos y las palabras dejan en el
psiquismo humano y de que “usted no tiene nada” pueda convertirse en “esto es
emocional, consulte al psicólogo” y “el haces terapia?” fuera un índice de
autocuidado.
Sin embargo, todo no es lo contrario de nada aunque
sintáctica y semánticamente sean antónimos. La resistencia a pensar la
especificidad de lo que nos pasa se recubre de nuevos ropajes y sigue ocultando
la verdad que debemos desentrañar paulatinamente, singularmente, en un
auténtico análisis de nuestra propia e irrepetible existencia. Inspiran estas
reflexiones el encuentro en la sala de espera de mi odontóloga con un pequeño
folleto en vivos colores intitulado: “Significado emocional de los dientes”. Si
no interpreto mal el cuadro, tener algún problema en los caninos superiores se
correlaciona con “bronquios, hombros, codos, nariz, senos paranasales y espacio
detrás de los ojos” y en otra órbita (el grafico es oval, como los dientes
dispuestos en los maxilares) con “Pulmón e intestino grueso”.
Freud describió hace 100 años las resistencias a pensarnos y
a depositar nuestra confianza en un extraño que “no nos va a decir nada que no
sepamos”. A pesar de los acelerados cambios que han caracterizado estos 100
años, establecer un vínculo de intimidad y confianza con especialistas que han
estudiado toda una vida y han vistos casos complejos nos resulta más difícil
que nivelar las energías con la imposición de voluntariosas manos después de un
curso de algunos meses.
Hace muchos años Freud nos propuso una metáfora: una mala
disposición de los dientes puede traer una vida de sufrimientos y malestares
(no existía la ortodoncia en su tiempo), cuanto más las afecciones psíquicas
que soportemos sin lograr modificar. Hemos hallado formas de cambiar el cuerpo
de modos impensados en otros momentos de la historia, pero resistimos pensar
que el psiquismo se pueda cambiar y entonces buscamos modos de paliar,
soportar, sostener nuestras dolencias. Moraleja:
ante respuestas simples, consulte a su duda.
Mg. Marisa
Mántaras