AÑORO VOLVER A CASA



Reflexiones sobre los efectos de la cuarentena con fuente autorreferencial

Uno de los principios de esos que la modernidad fundó en la sociedad y forman parte (aún) de nuestra subjetividad es la división entre la esfera pública y la privada. Desde que en los albores de la década del ’90 Endemol inventó “Gran Hermano”, la era de los realities invadió las pantallas y la vida privada pasó a ser un espectáculo de dudoso valor artístico, vida supuestamente real acicateada por el ojo que detrás de la pantalla demandaba rating y condicionaba los movimientos de un adentro artificialmente aislado y “sin comunicación”.

La declaración universal de pandemia y del “aislamiento social, preventivo y obligatorio” marca una nueva indistinción de estas esferas. La rutina más o menos habitual para muchos ciudadanos: trabajo- afuera y vida hogareña-dentro se vio conmovida por una continuidad que casi no permite distinguir entre actividades de la esfera pública: clases, trabajo, compras y más, y las de la casa; ya que todas tienen el mismo escenario y los mismos recursos por lo que los horarios son una combinación lo más sabia que podamos ensayar entre turnos y oportunidad. Las computadoras de la casa (inmenso privilegio el poseer dos) han pasado de ser consideradas casi un vicio deformante a constituirse en el electrodoméstico fundamental. El horario, cualquiera; cuando se pueda, cuando mejor conexión de internet se disponga, cuando la profe y los demás estudiantes provean no sé cuál insumo….

Entre los efectos subjetivos que viene produciendo la pandemia se describe en diversos medios y diferentes claves teóricas un bienestar raramente producido por el “confinamiento”, avivando los fantasmas que supo marcar a fuego en nuestro imaginario social las anteriores epidemias de la historia de la humanidad: el afuera es peligroso y contagioso, por lo tanto, ¿qué mejor que el entorno conocido? No acordamos con los intereses mercantiles espurios que sacuden las clasificaciones psiquiátricas para encontrar nuevos síndromes que medicar con el viejo y remanido arsenal farmacológico de siempre. Pero mucho menos podemos coincidir con ese sentimiento infantil, fantaseado y falaz de que en el encierro con nuestras familias nos garantizaría salud, bienestar y paz. El único tópico en que todas las corrientes de la psicología están de acuerdo es que la conflictiva humana nace y se desarrolla en el seno de la familia (básicamente en el mismo acto de humanizarnos), aquellos parientes próximos y convivientes de los que nos quejamos en terapia. Pero, además, la idealización cristiana del núcleo familiar hace obstáculo para que podamos pensar que el hecho de engendrar descendencia no nos vuelve sublimes a los seres humanos: la inmensa mayoría de los abusos infantiles y la cifra estrepitosa de femicidios muestran claramente que el hogar puede no tener nada de dulce.

Muchos otros cálculos se han hecho a raíz de predecir -otra anhelada fantasía humana- qué o cómo será el futuro inmediato al cese de la necesidad de cuarentena, desde la economía mundial hasta el comportamiento social. Nuestra humilde reflexión invita a soltar la asociación rápida entre cueva-convivientes-sobrevivencia, porque hace mucho que hemos comprobado que el peligro no viene siempre de afuera y tampoco son los externos los más letales. La exogamia, la vida tribal, las fiestas, las celebraciones, la cultura y la mayor parte de las fuentes de placer que hemos sabido crear nos aguardan “detrás de las paredes que ayer se han levantado”...

Como trabajadores de la Salud Mental la situación que vivimos se constituye en un laboratorio social para comprobar empíricamente cuan sólidas son las demandas subjetivas al encierro de sectores de la población estigmatizados como peligrosos, el mismo principio que explica la pervivencia de la tecnología manicomial del siglo XVI hasta nuestros días. No puedo adivinar cómo será la normalidad a la que volveremos, pero sí anhelo que ésta, nueva o vieja, contemple la posibilidad de dejar fuera de casa la mayoría de las obligaciones y permita las chancletas del ocio y del descanso con la menor interferencia posible. Que la demanda de productividad, alienante y peligrosa, pueda quedar atrás al cerrar la puerta y podamos volver a “abrir la puerta para salir a jugar”.


Mg. Marisa Mántaras